Es tal la amnesia, tan profunda en la que la humanidad está inmersa, que no somos capaces de reconocernos ni a nosotros mismos. Ese reconocimiento, nada tiene que ver con la identificación a los diferentes personajes, arquetipos y yoes,- como expresaba Gurdjieff- que vamos asumiendo con el paso de los años. Empleamos un “yo” en el trabajo, otro “yo” cuando estamos con amigos, en familia, cuando estamos de mal humor, múltiples yoes a lo largo del día. ¿Lo observas?
Esa mutación constante y permanente de nuestra(s) personalidad(es) está íntimamente relacionada con una clara orientación existencial proyectada hacia lo externo. En pocas palabras, construimos y vivimos nuestra vida de fuera hacia dentro.
Esta forma de vida, donde el yo es el que asume y dirige las riendas de nuestra vida, se expresa de las siguientes formas:
- Una desconexión profunda con uno mismo, y por tanto, con nuestra naturaleza divina.
- Una vida llena de automatismos y de comportamientos reactivos ante las situaciones que vivimos.
- Una búsqueda insaciable de placer, como mecanismo de huida a sentir dolor y sufrimiento. El querer y la elección aparecen en escena una y otra vez: “quiero esto”; “quiero aquello” “eso no lo quiero”.
- Un aferramiento y apego a las cosas y personas para mantener un estado de bienestar permanente. “Mi coche”; “mi pareja”; “mi dinero”; “mis hijos”; “mi ordenador”…etcétera.
- Desarrollo de actitudes egocéntricas y egoicas, culto por la competitividad, “el acumular”, “el tener”, “el poseer”.
- Una tensión mental y fisiológica permanente hacia la realidad que estamos viviendo.
Nuestras prioridades y referencias están siempre alejadas de nosotros, y en consecuencia, el vacío interno, la soledad, y el abandono con uno mismo, sigue y sigue creciendo cada vez más.
Cuando empezamos a vivir desde nuestra esencia, en consciencia, y empezamos con voluntad y determinación nuestro viaje interior, empiezan a caerse, como bien expresaba Rumi, todas esas nubes que no nos permitían ver el cielo.
La introspección personal y el cultivo del mundo interno, nos conduce a la aceptación profunda y reconocimiento de todo cuanto es y existe, reflejando nuestra capacidad de amar.
Cuando nos amamos libremente, sin juicios, incondicionalmente, estamos en disposición de poder amar al resto de seres sintientes. Siempre en la misma medida, en la misma proporción, ni más ni menos. Lo reflejó muy bien el maestro Cristo Jesus, cuando expresó, “ama al prójimo como a ti mismo”, poniendo de manifiesto tal consideración.
Damos en la medida que nos damos, compartimos en la medida que nos atendemos, ese es el fluir y el ritmo que se observa de forma tan bella en toda la existencia.
Querid@ amig@, en este aquí ahora, te animo a que puedas enfocar tu mirada hacia tu interior, y percibir nítidamente, lo que verdaderamente eres y es, puro AMOR.